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Glass, por Carlos Muñoz

Superhéroes al cuarto oscuro

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Con este film Glass (Cristal), M. Night Shyamalan cierra su trilogía iniciada en El protegido (2000), y continuada en Múltiple (2016). Este trabajo es una fusión entre el drama de superhéroe que acompañaba al personaje de El protegido, y el thriller sicológico del demente, protagonista de Múltiple. El estilo del director indio se atisba desde el inicio, con su atención a gestos, pequeños detalles, creando ese universo tan personal. Entre los actores repiten Bruce Willis, James McAvoy, Samuel L. Jackson, los nuevos son: Sarah Paulson, Anya Taylor.

Arranca la acción con un par de jóvenes agrediendo a un individuo y colgando la agresión en YouTube; pero ignoran que han sido vistos por David Dunn (Bruce Willis), que ataviado con su chubasquero, hará justicia. David es ayudado por su hijo Josep (Spencer Treat Clark), en la búsqueda del psicópata con múltiples personalidades, Crumb/La Horda (James McAvoy), que ha raptado a cuatro chicas. Un día por casualidad tropieza con Crumb, siguiéndole hasta su escondite. Allí mantendrá una pelea sin igual, pero la policía aparece capturando tanto a La Horda como al propio David.

Los dos detenidos serán llevados al Psiquiátrico, donde la Dra. Ellie Staple (Sarah Paulson) estudia al demente Elijah Price (Samuel L. Jackson), que se cree superhéroe y responde al nombre de Glass. En este psiquiátrico, la doctora trata de hacerles entender que son personas con un trastorno mental, y no son superhéroes. Para David, encontrarse de nuevo con Glass es volver a abrir una herida del pasado, e insta a la doctora para que le libere, ya que teme que entre Elijah y Crumb acaben con él, y escapen de allí para sembrar el caos.

En el film resuena el ritmo narrativo visto en El bosque o en La joven del agua. A partir de pequeños detalles, golpes de cámara, vistas de pasillos, claroscuros crea esa atmósfera tan personal, llevando la acción hacia una senda imprevisible. Sin embargo, el exceso de diálogos larguísimos con pretensiones sicológicas, giros enrevesados, provoca una ralentización de la narración que sólo cuando los personajes dan rienda suelta a su adrenalina, vuelven a atraparnos.

Destacar a algunos de los tres actores como Bruce Willis, es cometer injusticia con Samuel L. Jackson, y sobre todo con James McAvoy, el cual da un recital de interpretación, lástima del doblaje de éste último en sus varias personalidades.
Michael N. Shyamalan reflexiona sobre la naturaleza humana, la lucha entre el bien y el mal, y el eterno dilema aceptar ser diferente o pasar inadvertido, con su estilo personal, convirtiendo lo extraordinario en evidente y sencillo.