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EL CASCO VIEJO: LO SOCIAL, por Miguel Carasusan, arquitecto

El autor analiza la situación del Casco Viejo de Tudela donde reconoce que queda mucho por hacer y que la solución no solo pasa por obras y limpieza de solares

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“Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje… Son lugares de trueque, como lo explican todos los libros de historia de la economía, pero no sólo trueques de mercancías, sino también de palabras, de sueños, de recuerdos…”
Italo Calvino (Las ciudades invisibles).

Hasta mitades del siglo pasado Tudela era un pueblo grande, con algo más de 10.000 habitantes y una economía rural basada en lo agrícola. Más allá de la Plaza Nueva y de la Carrera no había -salvo la Azucarera y las tejerías- más que unas cuantas casas y almacenes, casi todas cerca de las carreteras a Logroño y a Zaragoza.

A partir de entonces el casco viejo se fue vaciando de población y de servicios y se deterioró rápidamente, y nacieron otros barrios (Lourdes, Peñuelas, Griseras…) que se llenaron de personas de Tudela y de fuera que buscaban mejorar sus condiciones de vida. El casco viejo bajó de 12.000 a 3.000 habitantes entre 1950 y 1985, mientras que el conjunto de la ciudad pasó de 13.000 a 26.000.

En los años ochenta las administraciones públicas (Gobierno de Navarra y Ayuntamiento) comenzaron a realizar acciones para intentar corregir ese declive: creación de la Oficina de Rehabilitación (ORVE), elaboración del Plan de Protección y Reforma Interior (PEPRI) del casco antiguo, aprobación de las ayudas de rehabilitación… Nadie dudaba de que el casco viejo era el corazón de la ciudad, ni de que como tal, merecía una atención especial.

En los últimos treinta años se han realizado grandes inversiones en la renovación de calles y plazas y en la rehabilitación de edificios emblemáticos (Palacio del Marqués de San Adrián, Palacio del Marqués de Huarte, Palacio Decanal, la catedral, la Casa del Almirante…), se han materializado importantes operaciones de regeneración urbana (Paseo del Queiles, Plaza de Yehuda-Ha-Levi, Plaza de la Judería, peatonalización en sus diferentes fases…) y ha habido muchas ayudas que han incentivado la inversión de los particulares en la rehabilitación de sus viviendas.



Todos hemos realizado un esfuerzo considerable, y con él hemos conseguido que una parte del casco viejo esté muy mejorada. No hay más que pasearse por la Plaza Nueva, San Jaime, Herrerías… zonas que disfrutamos y que nos enorgullecen cuando las enseñamos. Pero lo cierto es que aún queda mucho por hacer y que hay otra parte: entre el Terraplén, Sementales, la Plaza Vieja, San Nicolás, el Paseo del Castillo y la Magdalena, que necesita mucha inversión pública y privada para resultar vivible y enseñable.

Tenemos un casco viejo que todavía no está del todo presentable, en el que no vive mucha gente y con una parte de su población que tiene bajos recursos económicos y culturales

En consecuencia, tenemos un casco viejo que todavía no está del todo presentable, en el que no vive mucha gente y con una parte de su población que tiene bajos recursos económicos y culturales, que generalmente coincide con la que ocupa las zonas más deterioradas. Un casco viejo con el comercio bajo mínimos que soporta gran parte del ocio de toda la ciudad. Un casco viejo que ve cada día por sus calles y plazas a personas de toda la Ribera que vienen a centros educativos comarcales, y también a un turismo creciente al que no sabe bien cómo responder.

El casco viejo es un barrio en sí mismo, con habitantes de todas las edades y condiciones que tienen sus necesidades, y también y a la vez, es un patrimonio de todos los tudelanos y tudelanas, porque en él se concentran servicios para toda la ciudad y en él está una parte importante de nuestra memoria. Y de la misma manera, es un barrio más -y muy principal- de la ciudad-comarca que llamamos Ribera.

Creo que el análisis es claro y bastante compartido, pero es tremendamente complejo y más que complicado llegar a tener y conseguir consensuar un plan de actuación con todos los agentes intervinientes (Ayuntamiento, vecindario, comercios, establecimientos de hostelería, asociaciones varias, actividades turísticas…). Porque hay muchos colectivos implicados y muchos intereses legítimos, coincidentes en algunas ocasiones y contrapuestos en otras.



Porque no hay un casco viejo, sino muchos: está el de las terrazas de la Plaza Nueva y Herrerías, el de los pincho-potes por Carnicerías o San Jaime, el de las gestiones en el Ayuntamiento o las compras en el Mercado, o el de los ruidos molestos por las noches, el de las exposiciones en la Rúa, el de las calles llenas de cacas de perro y de coches, el de los solares y los edificios abandonados, el de los perros que ladran y no dejan dormir, el de los estudiantes o el de los turistas…

Los clásicos nombraban a la ciudad de diferentes maneras. La llamaban urbe (lo urbano) refiriéndose a lo construido: los edificios, las calles y plazas, los mercados, los jardines… La llamaban civitas (lo ciudadano) refiriéndose a las personas que ocupan ese soporte urbano y al conjunto de relaciones que se establecen entre ellas… Y la llamaban polis (lo político) refiriéndose al sistema legal y normativo que los humanos hemos articulado para organizar la convivencia de los ciudadanos en lo urbano.

Y si las ciudades antiguas, lugares de refugio y mercados de productos y de anhelos, eran ya complejas… qué decir de las ciudades contemporáneas. Estamos en el siglo XXI y la Tudela rural desapareció hace ya años, el casco viejo se vació y cayó en un considerable deterioro del que ahora ha salido en parte, pero esa ciudad pueblerina, pequeña y tranquila que ya no existe no tenía ningún problema de personalidad ni de identidad.

Ese casco viejo que añoramos feliz, hoy está triste y desorientado, no sabe quién es porque la mayoría de sus antiguos habitantes ya no están y muchos de los que han venido todavía no se conocen.

Ese casco viejo que añoramos feliz, hoy está triste y desorientado, no sabe quién es porque la mayoría de sus antiguos habitantes ya no están y muchos de los que han venido todavía no se conocen. Se ha mejorado lo urbano (edificios y espacios públicos) pero queda mucho por hacer y es imprescindible seguir en el empeño (en este sentido la actuación del Horno de Coscolín es vital). Pero lo que toca en este momento es abordar de una manera decidida lo ciudadano (las personas y sus relaciones).

Hace casi tres años, con el objetivo de dar cauce a la participación y de apuntar líneas de mejora, se puso en marcha la Mesa del Casco Antiguo, en la que diferentes personas y organismos ponemos en común nuestras experiencias. En ella se han debatido -entre otras- cuestiones como la progresiva peatonalización y la mejora de los servicios para los residentes, y en este último año se han analizado diferentes propuestas para la mejora de la convivencia y la generación de identidad. Se ha trabajado lo urbano y lo ciudadano.

No hace ni un mes que, organizado por el Ayuntamiento, ha tenido lugar por primera vez el Día del Casco Viejo -una propuesta de la Mesa- con el que se ha intentado dar a conocer su realidad histórica, cultural y social de una manera participativa, lúdica, colaborativa y no consumista, así como también iniciar un camino de encuentro entre personas y colectivos, de dinamización compartida y de generación de autoestima.
El día acompañó y hubo muy buen ambiente. Abrimos puertas con Alberto. Descubrimos rincones con la Asociación Fotográfica. Disfrutamos con las chicas de La ciudad no es para mí, que nos contaron historias nuestras que algunos no conocían. Comprobamos cómo con la creatividad y el esfuerzo de Marta, Ana, Miriam y La Romaní (con otras personas, asociaciones y grupos) la Plaza de Huerfanicos se ha llenado de color, está gustándose a sí misma y hasta tiene un trencadís que ha pasado por Bilbao.

Vimos trabajar a los artesanos y artesanas, jugamos a juegos tradicionales con Odos y a los roles de especuladores y de okupas con Mikel Pau, nos dejamos ir por placetas y atardeceres con diferentes palos musicales (la Escuela de Danza y Teatro de Ángel Martínez, Aitor y Cova, Íñigo y Luar, Shinjiru, Alba…). Y terminamos gozando de patrimonio, música y picoteo en el claustro de la catedral de la mano de la Asociación de Amigos. Un lujo de día, en el que nos movimos en lo ciudadano.

Recientemente se ha conocido que el Ayuntamiento ha encargado la redacción de un estudio socioeconómico del casco antiguo, también a propuesta de la Mesa. Ahora mismo es imprescindible, ya que los datos que se manejan están completamente obsoletos y todos -la ciudad y nosotros- hemos cambiado mucho en los últimos tiempos. Además las políticas de actuación no pueden basarse en impresiones ni en datos que no sean reales ni actualizados. Se ha trabajado lo ciudadano.

Y estos días pasados hemos leído también que la Asociación de Vecinos y los grupos políticos municipales han firmado un acuerdo a largo plazo con medidas que pretenden mejorar de manera sostenida en el tiempo la situación del casco viejo. Aunque en el acuerdo faltan medidas sociales, de generación de identidad y de mejora de la convivencia (sólo se contempla lo urbano), también suma y bienvenido sea.

Se equivocan los que piensan que sólo con obras y limpieza de solares se arreglan los problemas del casco viejo

En definitiva, se han hecho muchas cosas, hay otras esbozadas y otras quedan para el futuro, pero se equivocan los que piensan que sólo con obras y limpieza de solares se arreglan los problemas del casco viejo. Desde mi punto de vista es imprescindible que lo social aparezca en la agenda en un lugar preferente. Porque como dice Edward Glaeser, prestigioso economista y profesor estadounidense: “Hemos de liberarnos de nuestra tendencia a ver en las ciudades ante todo sus edificios, y recordar que la ciudad verdadera está hecha de carne, no de hormigón.”

Miguel Carasusán, vecino del casco viejo y
arquitecto de Nasuvinsa/ORVE Ribera.