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La vida en general está, o tiende a estar, cada vez más pendiente de las motivaciones, esperando que alguien diseñe y produzca motivos eficaces que pongan en pie la actividad de las personas, sobre todo de las más jóvenes. La educación, por ejemplo, se mueve en esta dialéctica: empezó tímidamente, y hoy trata de ponerla como su principal acicate. Si somos capaces de motivar al alumno- se piensa en el ámbito docente – su educación e instrucción será un éxito, y en caso negativo será un fracaso.
No se puede negar el efecto positivo de saber ilusionar a las personas en pos de un objetivo, pero otra cosa muy distinta es basar todo en la capacidad de que los maestros, profesores, directores, comerciantes y políticos movilicen a su particular público mediante reclamos más o menos atractivos. Y es que eso significa suponer que se trata de un público inerme, sin resortes propios, incapaz de ponerse por sí mismo en movimiento. Hacer que todo dependa de la motivación ajena al individuo es tener una idea equivocada del significado de persona, y eso es tremendamente negativo para todos; para los encargados de dirigir y motivar, porque tendrán una visión plana y por tanto pobre del ser humano, y para los que han de ser motivados porque se refugiarán en esa carcasa protectora de decir: “a mí que me motiven, porque si no, no puedo progresar de ninguna manera”. Y lo peor de todo es que ambos, dirigentes y dirigidos, lleguen a creérselo de verdad, como parece que está empezando a pasar.
Pero por el contrario, el hombre no es un ser en espera de que alguien lo active, sino que él mismo posee la capacidad de ponerse en movimiento. A poco que recapacite se dará cuenta de que es incompleto, pero con una tendencia espontánea y natural a completarse, a progresar en el conocimiento de la realidad y de sí mismo, a buscar fórmulas más perfectas de convivencia y a desarrollar en fin todas sus potencialidades todavía sin realizar; se dará cuenta de paso de que él posee la energía para caminar hacia los fines que su naturaleza le propone. Y una vez en esta situación, el progreso de cada persona es cosa hecha.
En el momento en que alguien siente este ser suyo, que es su ser verdadero, no estático ni parado sino con resortes que le impulsan a su propio desarrollo personal y social, en ese momento se pone en marcha por su propia iniciativa. De ese modo será una persona con autonomía, lo cual es el verdadero éxito de la vida.