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Todos guardamos en nuestra memoria hechos sucedidos tiempo atrás, sobre todo los que consideramos que tuvieron su importancia, porque hay otros que apenas ocurrieron se nos borraron en un santiamén. La mayoría de ellos forman algo así como un almanaque listo para utilizar en un concurso de tv, en un juego o en una tertulia con amigos. “Eso pasó en mil novecientos ochenta y tantos”, podremos decir refiriéndonos a un asunto que, a lo mejor, se ha metido en nuestra conversación sin darnos cuenta, como si hubiera seguido sus propias intenciones, posponiendo las nuestras, por supuesto que muy diferentes.
Y es que, dejando aparte y por un momento los recuerdos, es evidente que las conversaciones tienen su propia dinámica y escapan a nuestras previsiones; creímos que hablaríamos de tal y tal cosa y resulta que acabamos comentando algo que ninguno de los participantes habíamos planteado, y que se ha colado en la tertulia sin nuestro permiso, pues como dijo Gadamer, no somos nosotros los que llevamos la conversación, sino que es la conversación la que nos lleva a nosotros. Misterios del lenguaje.
Volviendo al tema que me ocupa, el de recordar, hay que tener en cuenta que la mayoría de esos recuerdos a los que ponemos fecha y lugar apenas nos han influido, y los conservamos como algo que fue y ya no existe. Sin embargo, hay otros que no pertenecen al pasado, que aunque sucedieron hace uno, dos o más años, constituyen un pretérito que paradójicamente sigue siendo presente, porque modifican nuestra manera de pensar, de sentir y de obrar, el modo que teníamos de imaginar y de proyectar nuestro destino. Son hechos que siguen sucediendo, porque nuestra conciencia se centra en ellos una y otra vez; los estamos viendo con todo detalle, como si fuesen de hoy mismo, y están siempre empezando, siempre desarrollándose y siempre terminando, para repetirse de continuo en un bucle que no se acaba nunca.
Más que recuerdos son pilares que apuntalan nuestro vivir soportándolo en un nivel hasta esos momentos desconocido. Son arcos desde los que disparamos las flechas de nuestras ilusiones, son vivencias que ocurrieron en una fecha determinada, quizá mucho tiempo atrás, pero que siguen vivas, no ya en nuestra memoria, que es una faceta más de la persona, sino en el corazón de nuestra vida, presidiéndola y cambiando su rumbo: tejen el fluir del hoy y nos lanzan a un mañana renovado.