Era una fría y estrellada noche de diciembre en el pueblo de Pinariel. Las calles resplandecían bajo el brillo de las guirnaldas y farolillos dorados, y la nieve crujía bajo los pies de los tres amigos inseparables: Mateo, Sofía y Lucas. Caminaban con paso rápido y emocionado hacia la plaza central, donde, según la tradición, se encendería el gran árbol de Navidad, que ese año era majestuoso, alto y brillante como nunca antes.
Pero al llegar a la plaza, los niños se detuvieron en seco. El imponente árbol, aquel que era símbolo de la unidad y el espíritu navideño del pueblo, había desaparecido sin dejar rastro, dejando solo unas marcas en la nieve y ramas esparcidas.
– ¿Dónde está el árbol? —preguntó Mateo, asombrado, mirando los restos esparcidos en el suelo.
– Sin árbol… no hay Navidad… —murmuró Lucas, apretando sus puños con tristeza.
Entre la multitud, apareció el abuelo Ramón, el anciano sabio y panadero del pueblo, con el rostro sombrío y pensativo.
– Anoche escuché un extraño silbido en el viento, un sonido que no había oído en décadas —dijo, entrecerrando los ojos—. Ese viento tiene algo de antiguo y poderoso.
Los tres amigos intercambiaron una mirada decidida. No permitirían que el espíritu de la Navidad se esfumara sin más.
– No podemos quedarnos sin hacer nada. Vamos a buscar el árbol — dijo.
Mateo, con un brillo de valentía en los ojos.
Guiados por unas extrañas huellas que se dirigían al Bosque Viejo, los niños avanzaron entre la oscuridad y los altos árboles. La nieve caía cada vez con mayor intensidad, y el silencio en el bosque era casi sobrecogedor. Justo cuando estaban a punto de detenerse, un resplandor rojo rompió la penumbra y les reveló el camino.
De entre las sombras apareció un reno, con una nariz radiante como una estrella. Tenía unos ojos profundos y sabios que parecían contener secretos de otras épocas.
– Soy Rudy, guardián del bosque —dijo el reno, con una voz tan solemne como el viento que se arremolinaba a su alrededor—. El árbol fue tomado por el Viento del Invierno, un espíritu ancestral que cada cien años despierta para recordar a los humanos el verdadero poder de la Navidad.
Sofía, intrigada, dio un paso adelante.
– ¿Dónde podemos encontrarlo? Necesitamos recuperar el árbol para devolver la alegría a nuestro pueblo.
Rudy asintió, impresionado por la determinación de los niños.
– Si realmente están dispuestos a enfrentar al Viento del Invierno, los llevaré a la Montaña Helada, donde mora desde tiempos inmemoriales.
Sin dudarlo, los amigos subieron al lomo de Rudy, que emprendió un veloz viaje entre copos de nieve y ráfagas heladas. Cuando llegaron a la cima de la Montaña Helada, el Viento del Invierno los esperaba, arremolinándose en una espiral de neblina y copos de nieve tan afilados como cuchillas de cristal.
El Viento los rodeó, susurrando en un eco profundo y helado.
– ¿Por qué vienen a buscar el árbol? —preguntó, con una voz que resonaba como el rugido de una tormenta—. ¿Creen acaso que la Navidad depende de un simple símbolo?
Mateo, con el corazón latiendo con fuerza, respondió sin titubear.
– La Navidad no está en los adornos o en las luces, sino en la alegría y la unidad de nuestro pueblo. Pero el árbol es importante porque simboliza ese espíritu, y queremos que nuestra gente recupere la esperanza.
Sofía añadió con voz firme y decidida.
– El verdadero espíritu navideño está en la valentía, la amistad y el compartir.
Pero necesitamos ese árbol para que todos puedan sentirlo juntos.
El Viento del Invierno, tocado por la sinceridad y el valor de los niños, se detuvo y el torbellino de nieve se calmó, convirtiéndose en una suave nevada que caía delicadamente sobre la montaña. En ese instante, el gran árbol de Navidad apareció ante ellos, envuelto en una luz dorada que iluminaba hasta el rincón más oscuro de la montaña.
– Han demostrado comprender la verdadera esencia de la Navidad — susurró el viento, más suave esta vez—. Lleven el árbol de vuelta a su pueblo y recuerden siempre la importancia de la unión y la esperanza.
Con la ayuda de Rudy, el reno guardián, los tres amigos regresaron al pueblo, trayendo consigo el árbol iluminado y una historia que nunca sería olvidada.
Los vecinos los recibieron con gritos de júbilo y abrazos, y el abuelo Ramón encendió el árbol, que brilló con una magia especial, como si cada rama llevara la luz de una estrella.
Aquella Navidad fue la más memorable en la historia de Pinariel, pues los habitantes aprendieron que el verdadero poder de la Navidad está en el valor, la amistad y en creer en el espíritu que vive en cada uno de ellos.
6ºA
La estrella perdida
En un pequeño pueblo rodeado por un inmenso bosque nevado, cada Nochebuena se contaba una historia antigua sobre una estrella mágica que descendía del cielo para iluminar el camino de los viajeros perdidos en la nieve.
La gente del pueblo creía que la estrella guiaba a quienes tuvieran un corazón puro y buenas intenciones, aunque nadie había visto esa estrella en muchos años.
Pero una noche de diciembre, justo el día antes de Navidad, la pequeña Sofía estaba mirando al cielo desde su ventana, cuando algo brillante cruzó entre las nubes.
Era una estrella brillante. Pero en lugar de quedarse en el cielo comenzó a descender lentamente hacia el bosque. Sin pensarlo, Sofía se envolvió en su bufanda y su abrigo y salió corriendo detrás de la luz, adentrándose en el bosque blanco y silencioso.
A medida que se internaba entre los árboles, la estrella brillaba con más fuerza, iluminando el camino a través de la nieve.
En el fondo del bosque Sofía descubrió algo extraordinario: la estrella no era solo una luz en el cielo, sino un ser pequeño y luminoso parecido a un hada que estaba atrapada en las ramas de un árbol caído.
_ Gracias por venir _ le susurró la estrella con voz muy suave._ Hace mucho que nadie me encuentra, me perdí hace años y desde entonces no he podido regresar al cielo.
Sofía conmovida decidió ayudar a una estrella a liberarse. Cuidado, movió y murió las ramas y liberó a la pequeña criatura de luz estrella. La estrella ahora libre, comenzó a brillar con tal intensidad que el bosque entero se iluminó, como si fuera de día.
_ Como agradecimiento, te cumpliré un deseo _ dijo la estrella _ Pide cualquier cosa que desees, Sofía.
Sofía sorprendida pensó en lo que realmente deseaba, aunque los regalos y juguetes eran tentadores, sabía que había algo mucho más importante.
_ Deseo que todos en el pueblo tengan una Navidad llena de alegría y esperanza _ dijo con una sonrisa sincera.
La estrella asintió y en un destello de luz comenzó a elevarse de nuevo hacia el cielo desapareciendo entre las nubes.
Al regresar al pueblo Sofía encontró a sus vecinos llenos de alegría, compartiendo risas, abrazos y una inesperada sensación de paz. Y desde esa noche cada Navidad la estrella volvía a iluminar el bosque nevado, recordando a todos la importancia de ayudar y de compartir el espíritu navideño.
6ºB
Una gran enseñanza para Marco
Marco era un niño muy travieso, exigente y rebelde. Desde hace muchos meses no paraba de pedir regalos y juguetes, ya que se acercaba la Navidad.
Sus padres intentaban explicarle que en la mochila de Papa Noel no cabían todos sus regalos, ya que también debían llevar juguetes y regalos para el resto de niños y niñas del mundo.
Llegó Navidad y toda la familia se juntó para ese gran día. Marco saludó rápidamente porque le esperaba un largo día abriendo regalos. Sus padres le habían escrito a Papá Noel pidiendo que le trajera todos los regalos que había pedido, ya que querían darle una lección.
Y mientras sus primos y primas jugaban, reían y se divertían, Marco abría y abría más y más regalos. Al principio era divertido pero más tarde la tristeza llegó. Tenía más juguetes que nunca pero había sido la peor Navidad de su existencia. De fondo podía escuchar a su familia reírse a carcajadas mientras contaban episodios graciosos de sus vidas…y él se estaba perdiendo todo.
Marco hizo una pausa, respiró y entendió que lo importante de la Navidad no son los regalos ni los juguetes, sino el poder compartir y disfrutar de la familia.
6ºC
Las aventuras de Montxo y Pintxa
Había una vez, en el año 2001 A.C., unos hermanos, Montxo y Pintxa, que deseaban con todas sus fuerzas poseer un dragón muy especial. Ellos eran valientes guerreros y querían el dragón para poder volar y ganar más batallas.
Los dragones de aquella época eran salvajes pero dóciles como un gato, nobles y valientes, pero cuando se enfadaban escupían fuego por la boca.
Para poder domar a los dragones, era necesario empezar desde que salen de los huevos, pero… ¿dónde se podrían encontrar esos huevos? No sería fácil, las dragonas madres los solían poner en cuevas ocultas y de difícil acceso.
Así que fueron hacia un volcán en el que creían que podrían encontrar un nido. Tras escalar todo la pared del volcán se dieron cuenta de que los huevos no estaban a su alcance y además la madre los vigilaba con mucha atención para que nadie se los robara.
Decidieron que mientras uno distraía a la madre otro los robaría, 2 por lo menos, uno para cada uno. Se pusieron de acuerdo para distraer a la dragona poniéndole todo tipo de comidas apetitosas de tal manera que se alejara del nido durante un rato.
Montxo trajo la comida desde un pueblo cercano y la colocó discretamente a media distancia de la cueva para que se alejara del nido. Pintxa se acercó sigilosamente a los huevos mientras la dragona comía con apetito. Los cogió y con cuidado los metió en un saco de tela. Después fueron al punto en el que habían acordado quedar y salieron corriendo porque vieron que la dragona se les acercaba furiosa y echando fuego. Por suerte, habían cavado un túnel en el que se escondieron y llegaron sin ser vistos a su castillo.
Al cabo de unas horas, descubrieron como incubar los huevos: con calor y antorchas de fuego. Después de unos meses salieron los dos dragones y comenzó el adiestramiento.
Se hicieron muy amigos entre los cuatro y ahora se les ve surcando los aires en busca de nuevas aventuras.
6º D