No entiendo cómo, en pleno siglo XXI, en 2016, un personaje como Donald Trump puede ser candidato a presidente del país más poderoso del mundo.
No entiendo cómo es posible que más de 8 meses después de las primeras elecciones España siga sin gobierno.
No entiendo por qué los electores premian a los políticos y a los partidos corruptos, en vez de castigarlos.
No entiendo cómo una mayoría (exigua, eso sí) de británicos puede estar a favor de dejar la Unión Europea.
No entiendo cómo puede haber políticos que echan la culpa del terrorismo a la inmigración y se quedan tan anchos.
No entiendo cómo un personaje como Arnaldo Otegi, que siempre buscó excusas y miró hacia otro lado para no condenar los asesinatos de ETA, puede citar versos de Pablo Neruda con total tranquilidad y quedarse tan ancho.
No entiendo cómo aquellos que hablan continuamente de la dictadura venezolana para criticar a Podemos no han tenido tiempo, en 80 años, de condenar la dictadura franquista. Ni cómo en 2016 puede haber todavía calles y plazas con los nombres de conocidos franquistas.
No entiendo muy bien este capitalismo de casino que privatiza las ganancias y socializa las pérdidas.
No entiendo por qué todo el mundo parece haberse vuelto loco con el juego de Pokemon Go.
No entiendo la adicción constante, enfermiza, al teléfono móvil, o a las redes sociales.
No entiendo por qué algunas personas, algunos políticos, quieren construir muros en vez de puentes.
No entiendo cómo puede haber gente, una sola persona, a la que le guste ver ese nauseabundo programa de las tardes en Telecinco llamado Sálvame, donde se pasan horas y horas discutiendo a gritos sobre los cotilleos de los famosos.
No entiendo cómo puede haber gente que use los idiomas como arma arrojadiza, como algo para separar y dividir a la gente, en vez de para unir y para comunicarse.
No entiendo por qué el cine clásico brilla por su ausencia en la programación de la televisión pública en España.
No entiendo cómo se puede llamar revanchismo al hecho de que alguien quiera averiguar dónde están enterrados los restos de sus antepasados, víctimas de la Guerra Civil.
No entiendo por qué en la mayoría de las tertulias o debates televisivos los invitados se interrumpen constantemente sin dejar hablar a quién tiene la palabra.
No entiendo por qué nuestros líderes políticos parecen estar ausentes justo cuando más los necesitamos.
No entiendo cómo, después de lo que vivió –o, mejor dicho, padeció– la humanidad en el siglo XX, haya tantas personas en el mundo dispuestas a apoyar y a votar a grupos de extrema derecha y de ideología neonazi.