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Creatividad, por Pepe Alfaro

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En este mundo dirigista, especializado en crear individuos de serie, obedientes y faltos de crítica, apenas queda espacio para la creatividad. El pensamiento libre no tiene cabida en nuestro entorno, por lo que resulta difícil escaparse de la esclavitud que ejerce la determinación dictatorial de los viciados algoritmos.

Nos encontramos con que, en cualquier problemática que se plantea en la Vida, todo tiene sus soluciones resueltas. Porque las preguntas se formulan en función de las respuestas elegidas de antemano. Así que vamos perdiendo aquellas dosis de la espontaneidad propia de la infancia, tan inocente como sabia, y, poco a poco, nos vamos rindiendo a la rígida normativa vigente que cercena el gozo supremo de la libertad.

De modo que muchos de los programas educativos y de los protocolos que rigen todo tipo de actuaciones en los diferentes ámbitos de la sociedad están establecidos de antemano. Y tratar de que salirse de ellos es condenarnos al fracaso y a la incomprensión, pues las evaluaciones uniformadas prohíben las posibles respuestas creativas. De ahí que el sistema no admita preguntas, por lo que nadie es valorado por formularlas. Y, por lo tanto, las personas creativas se mueven entre la incomprensión y el desaliento.

La creatividad ha estado siempre asociada al universo de las emociones. Unas emociones que tienen un claro componente lúdico. Por eso, la parvulez, cuando la mente todavía no está condicionada, así como la abuelidad, cuando la mente puede prescindir de los condicionantes impuestos, sean los mejores ciclos de la Vida para dejar volar la imaginación, fuente del proceso creativo.

Ser una persona creativa en el resto del tiempo requiere una gran personalidad, pues supone navegar contracorriente de lo establecido y, en consecuencia, ser señalada y excluida del sistema. Pero la satisfacción que produce escapar de la alienante rutina, la emoción que supone el poder crear algo diferente y, a pesar de todas las circunstancias adversas, llegar a sobrevivir a un mundo de troquel, no se puede pagar con ninguna recompensa propia del más denigrante materialismo.