Nos pasamos buena parte de la vida haciendo preguntas, y no sólo a los demás sino también a nosotros mismos. Pero de las preguntas no sólo importa su significado sino sobre todo el ámbito sobre el que se formulan, siendo precisamente ese ámbito el que define a una sociedad, a un país e incluso a toda una cultura. Preguntamos porque en nuestra naturaleza está inserta la necesidad de saber, pero nosotros podemos encauzarla a nuestro gusto, eligiendo una dimensión de la realidad y desechando otras que podrían ser más o menos importantes.
Lo que está claro es que cada vez nos hacemos menos preguntas sobre, por ejemplo, quiénes somos, porqué estamos aquí, cómo ha salido toda la realidad, con qué fin, y cosas por el estilo. No quiero decir que a base de interrogarnos encontraríamos las verdaderas respuestas, pero sí que por el hecho de ser constantes en esas indagaciones viviríamos de manera auténtica, manteniendo el asombro y el reconocimiento respecto al misterio que nos envuelve; llegaríamos a sentir nuestra verdadera identidad, en qué consiste ser hombre: alguien que pregunta porque le cerca un límite y lo que hay más allá del límite. Y eso iría calando en nuestro ser, dándole sentido. Pero hemos casi anulado esas preguntas porque hemos asumido respuestas que otros- más famosos que nosotros- han propagado y nos han hecho aprender.
“No sólo importa el significado de las preguntas, sino sobre todo el ámbito sobre el que se formulan”
¿Qué respuestas son estas?, pues que estamos aquí, que esto es lo que hay y que sobran las preguntas. Han introducido una censura radical, que nos impide ser nosotros mismos y así nos estamos deshumanizando. Hacemos preguntas de carácter técnico: esto como funciona, cómo se para, para qué me sirve; o de tipo económico: esto cuánto vale, cuánto puedo ganar, cuánto me puedo gastar, salpicadas estas cuestiones con otras de carácter lúdico: qué voy a hace en vacaciones, o este fin de semana, quien va el primero en la Liga, etc., todas de fácil solución, Y ahí andamos pensando que somos muy listos, y realmente lo somos, pero lo seriamos mucho más si no renunciásemos a las cuestiones que nos enfrentan al misterio que, sin saber cómo ni por qué, nos sustenta.