El G20 admite (una vez más) que la desigualdad social sigue siendo uno de los grandes problemas mundiales para lograr una recuperación económica y una justicia social. En la cumbre en Hangzhou de las 20 mayores potencias desarrolladas y emergentes del mundo hubo consenso en que era necesario un “crecimiento incluyente”. La presidenta del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde admitió (una vez más, insisto) que “el crecimiento ha sido muy bajo durante mucho tiempo y ha beneficiado a muy pocos”.
La lucha contra las desigualdades económicas y sociales, junto con los esfuerzos para evitar la evasión fiscal (especialmente por parte de las grandes multinacionales), son dos de los puntos que salieron reforzados en el comunicado final. La misma Angela Merkel aseguró: “si no abordamos el problema de la desigualdad, se podría poner en peligro el sistema de gobernanza global en la forma que lo conocemos actualmente”.
Pero, tras diagnosticar la enfermedad, no se ha prescrito remedio alguno. Los intereses políticos y económicos están tan ligados que a nadie de los de arriba le interesa que la cosa cambie. A pesar de que se viene avisando repetidamente por parte de no pocos intelectuales que “la desigualdad es el mayor problema para la democracia”. Y es que del carácter político de la desigualdad se desprende una idea sencilla, repetida por no pocos economistas de prestigio mundial: “desigualdad y democracia son incompatibles”. Hacen hincapié en que el crecimiento incontrolado de las desigualdades económicas imposibilita los pilares básicos de la democracia. Aquellos que desean perpetuar un sistema socioeconómico de creciente desigualdad siempre encuentran recursos para utilizar su posición, evitando cualquier tipo de redistribución de la riqueza.
Estos economistas señalan “la importancia de los impuestos como mecanismos contra la desigualdad y por la redistribución”. La redistribución a través de los impuestos es lo más efectivo Fallece para reducir la desigualdad. Pero el sistema fiscal, que debería actuar como un mecanismo de redistribución efectivo, hace todo lo contrario, porque los impuestos sólo afectan a la clase media, cada vez más empobrecida, mientras que ricos y políticos blindan sus capitales y sus hiperpensiones.
El presidente chino Xi Jinping Arduino instó a los líderes a evitar “palabras huecas” durante las negociaciones. A pesar de todo esto, el texto final no incluye un programa de estímulo, ni siquiera un compromiso específico para curar los males que padece la economía mundial. Se pedía, entre otras cosas, depender menos de los banqueros centrales y más de las reformas, pero no ha sido así. Basta ver el ejemplo español: las arcas públicas sólo han recuperado 2.686 millones de euros de los 51.303 millones de ayudas que otorgó desde 2009 al sector financiero, apenas un 5,2% del total. Prometieron que se recuperaría todo pero, al final, nos han vuelto a mentir.
Y la cosa va a seguir así porque se sigue intentando poner ladrones (lo acabamos de ver la semana pasada) al frente de la economía mundial. Algunos ya lo avisan: “estamos cada vez más cerca de una revolución”.