Prestar atención es fundamental para entender bien lo que en estos momentos nos concierne. Sólo si estamos atentos somos capaces de sacar conclusiones y actuar de la forma debida, sobre todo si lo entendido forma parte de mi circunstancia vital. Nos quejamos hoy día de que la capacidad de atención es mínima entre una cantidad relevante de jóvenes de ambos sexos, y esta falta de atención se debe a que se distraen, aunque para no faltar a la verdad deberíamos decir no “que se distraen”, sino “que los distraen”, porque son los otros lo que distraen a la juventud. Y ¿quiénes son los otros?, pues la respuesta es en principio ambigua diciendo que es el ambiente, mas como es un ambiente por todos aceptado, hay que decir que, en realidad, el ambiente somos todos.
La cuestión fundamental es que la atención es la que confiere significado a lo que percibimos, pero para ello se requiere que tengamos un plan previo, que nos hayamos propuesto por nuestra iniciativa un objetivo a conseguir, y de ese objetivo brotará una selección y una valoración de lo que en esos momentos se nos haga presente. Porque entender lo que percibimos significa también valorarlo, y esta valoración depende de ese objetivo que nos hemos marcado.
La realidad tiene hoy una característica totalmente caleidoscópica, de continuo cambio, lo cual hace que nuestra concentración en numerosos asuntos sea escasa. Sin embargo, si tengo un objetivo claro por el que he decidido luchar, seleccionaré aquellas situaciones que me interesen, y si no están a la vista las buscaré, poque sólo así las entenderé y me sentiré pleno porque seré consciente de que voy por buen camino.
La atención confiere significado a lo que percibimos, sobre todo si tenemos un objetivo de vida previo hecho por iniciativa propia
Claro que si carezco de una meta, no sabré muy bien a qué atender, y terminaré conformándome con que al menos pasen ante mi vista una cosa tras otra. Pero como no tengo una perspectiva vital desde la que mirarlas, las entenderé sólo superficialmente. Y esa es más o menos la vida en la que todos caemos más de lo que nos parece.
Por ello, porque no somos capaces de fijar la atención, no entendemos bien las cosas, y este problema puede tener un doble motivo: que sea consecuencia quizá no prevista, y por tanto involuntaria, de la producción industrial, la publicidad y el consumo, o que algún genio maligno, como ya presintiera Descartes, haga que vivamos sin apenas enterarnos de lo que es la vida y de quiénes somos nosotros. Porque en cualquiera de los casos hay que actuar con rapidez antes de que sea demasiado tarde.