Los dos verbos de este título los realizamos a diario muchas veces todas las personas, y van siempre unidos, porque cuando practicamos el “estar” hacemos también algo: estar comiendo, trabajando, estudiando, comprando, etc., sin olvidar la acción base de todas las demás, la de existir, que no la hacemos nosotros sino que se nos da hecha, sin que sepamos muy bien cómo ni por qué. Todas las otras acciones las realizamos por nuestra voluntad, mientras que la de existir no sabemos de quién ni de qué depende.
Pero el hecho de estar puede tener un matiz mucho más relajado, y es el estar tranquilamente en un sitio, normalmente sentados, y contemplar sin prisas el panorama que nos rodea: ver pasar la gente, mirar un paisaje, el mar, unas montañas, etc. Lo que pasa es que no solemos aguantar mucho en esta situación porque la encontramos demasiado estática, y acostumbrados como estamos por esa vorágine de la vida actual a estar siempre activos, necesitamos huir de tanta tranquilidad y ponernos a hacer algo, lo que sea. Y es que nos hemos hecho adictos al hacer por el mero hecho de hacer, aunque sea una tontería, y ya casi no sabemos disfrutar de tranquilidad un buen rato porque nos aburrimos, a no ser que nos encontremos demasiado cansados.
Hay un matiz en el hecho de estar, y es el estarse. En este caso ya no estamos con el ambiente, sino con nosotros mismos
Pero todavía hay un matiz más en el hecho de estar, y es el estarse. En este caso ya no estamos percibiendo el ambiente, porque, aunque estemos en él, ya no estamos con él, sino con nosotros mismos. Son esos momentos en los que realmente somos lo que somos, ya no nos importa lo que se dice, lo que se hace, lo que se lleva, lo que se respira en la calle, porque en esa situación nos interesamos sólo por nosotros. Y a lo mejor nos surge, desde ese fondo semiolvidado que tenemos, alguna idea, algún pensamiento que no salía, pero que hoy sí, hoy ha hecho su aparición, nos ha sorprendido gratamente y lo rumiamos un buen rato, sin tener en cuenta el tiempo empleado en ello, que además se nos ha pasado sin darnos cuenta. Nos hemos puesto al descubierto, cosa que hace tiempo no nos sucedía, hemos tomado conciencia de nuestro verdadero ser, y hasta es posible que de ahí nazca algo nuevo en nuestra vida, incluso un cambio en algunas de nuestras costumbres, o quizá más radical. Y es que hacer y estar es bueno, es lo normal y corriente, pero el estarse es sin duda la mejor puerta que nos enseña el fondo de nuestro corazón y el camino más adecuado en la vida, aunque nos guste practicarlo muy poco, o quizá más bien nada.