Estos días se ha comentado bastante el conocido refrán de “Hacer de la necesidad virtud”. Evidentemente es el espíritu estoico el que late bajo esta frase, espíritu que Epicteto, el Emperador romano Marco Aurelio y nuestro Séneca, figura insigne de aquella cultura, propagaron hace dos mil años; este proverbio tiene un significado muy claro, está en conexión con el estoicismo del que emana y cifra la felicidad humana en no ceder a los deseos que nuestra naturaleza nos impulsa, o cuando menos a no dejarse arrastrar desordenadamente por ellos.
Así que lo que realmente significa es que cuando la necesidad aprieta, en lugar de buscar triquiñuelas y artificios para lograr su eliminación, es el momento para conseguir una virtud, y esto sólo se obtiene aceptando el sufrimiento que la necesidad produce y renunciando a aquello de lo que carecemos. De ese modo hacemos fuerte nuestro carácter, es decir, adquirimos la virtud de la fortaleza de ánimo, que es lo que el estoicismo propugnaba como el principal objetivo del ser humano.
Los estoicos cifraban la felicidad en no dejarse arrastrar desordenadamente por los deseos de nuestra naturaleza
Hacer otra cosa, buscar sendas extrañas para satisfacer la necesidad, de ningún modo puede producir virtud, sino todo lo contrario, es querer conseguir como sea lo que nos interesa, y este método más que hacernos virtuosos nos convierte de verdad en puros egoístas, racionalizamos nuestra conducta, buscamos excusas injustificadas para lograr nuestros intereses y nos quedamos tan satisfechos. Hemos conseguido lo que queríamos y además queremos presumir de virtuosos. ¡Qué descaro!
Es evidente que de esa manera no conseguimos fortaleza de ánimo, sino a lo sumo fortaleza física, o económica, o política, según los casos, es decir, nos da un poder más o menos fuerte sobre nuestro círculo, sea del tamaño que sea. Es además falsear y ofender a los filósofos citados, quitándoles el carisma de grandes maestros morales y convirtiéndolos en maquiavélicos oportunistas. En definitiva, es no entender el refrán si elegimos la conclusión débil, pero si optamos por la fuerte, que siempre es la más lógica, hay que admitir que es lo mismo que hacer trampas.