El ser humano siempre está montando guerras. Y parece ser que, generación tras generación y gracias a la experiencia acumulada, el ADN guerrero va a más. Basta con poner cruces en un mapamundi, señalando los conflictos latentes, para darnos cuenta de que la cantidad de luchas no cesan de aumentar. El objetivo de las guerras siempre es el mismo: acaparar más bienes materiales, porque el dinero se ha convertido en el dios al que más se adora, pues hasta a los verdaderos valores se les ha puesto precio. Por eso vemos que, a la hora de actuar en los temas bélicos, “el fin justifica los medios”, ya que, en la actualidad, “la Ética es cosa de pensadores y filósofos pusilánimes”.
Algo similar sucede en las “pequeñas guerras diarias”, sobre todo, en el fútbol y en la política. Guerras que alimentamos en las redes sociales, con absoluta visceralidad y sin el más mínimo razonamiento. Deseamos con vehemencia que gane nuestro equipo, aunque sea de penalti injusto en el último segundo. Y que gane nuestro líder político, aunque sea “comprando” votos. Y de este “forofismo”, tanto futbolero como patriótico, casi nadie se libra, aunque siempre acusamos al “otro” y bendecimos al “nuestro” porque, como dice la conocida cita bíblica, “vemos la paja en el ojo ajeno, y no vemos la viga en el nuestro”.
En su génesis y desarrollo, todas las guerras tienen similares inicios y desenlaces. Erich Hartman afirmaba que “la guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí, por la decisión de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan”.
Lo que sí está más que claro es que, en las guerras, todo el mundo pierde. Y que la diferencia entre vencedores y vencidos es tan mínima que se habla continuamente de “victorias pírricas”, porque las pérdidas del vencedor acostumbran a ser tan elevadas que no hay nada que celebrar. A veces, incluso, hasta puede suceder que se prefiera una “dulce derrota” a una “amarga victoria”.
En cualquier caso, la guerra en un fracaso de la humanidad. Una humanidad que fue capaz de entenderse por medio del diálogo, lo ha pervertido a base de dinero, mentiras, bulos y medias verdades. Lo decía Mark Twain: “la guerra es lo que ocurre cuando fracasa el Lenguaje”.