Terminaba mi artículo anterior diciendo que la comunicación es vida; tenemos el ejemplo de la pasada pandemia, etapa en la que no nos hemos comunicado tanto como acostumbramos, y sin embargo es, probablemente, la época en la que hemos tenido más informaciones que lo habitual: hemos consultado más los periódicos, hemos escuchado más la radio y hemos visto más las televisiones, pero pese a ello hemos experimentado que nuestra calidad de vida ha disminuido considerablemente. Y es que a través de los medios hemos conseguido enterarnos de muchas cosas, y quizá de manera muy rápida, pero nos ha faltado la comunicación. Cuando enchufamos la radio, por ejemplo, lo que buscamos es averiguar los posibles hechos que han sucedido, y una vez que hemos logrado nuestra finalidad, apagamos el aparato, porque ya no nos sirve.
Cuando buscamos a nuestras amistades, la mayoría de la veces lo hacemos no para comentar ciertos asuntos, sino para estar con ellas
Algo muy distinto sucede cuando vamos a buscar a nuestras amistades para dar una vuelta, tomar unos vinos o simplemente pasar el rato. No tenemos intención de enterarnos de algo, ni de buscar noticias; simplemente las buscamos y ya veremos sobre la marcha de qué vamos a hablar, que no es lo que nos importa. La mayoría de la veces las buscamos no por comentar ciertos asuntos, sino para estar con ellas, para sentir su compañía, porque en esa situación nos sentimos a gusto; estamos con ellas pero también estamos con nosotros, y esto es así porque a través de los temas de nuestra improvisada charla conocemos esa temática concreta pero a la vez descubrimos el sentir de nuestros amigos, sentir que despierta el nuestro, lo cual implica una aceptación, o una matización por nuestra parte, incluso un rechazo, lo que significa que nos sentimos plenamente vivos en aquella improvisada tertulia. Nada importa en este caso la profundidad de los asuntos que nos ocupan, ni que sean serios o inteligentes, porque da lo mismo que sean temas vulgares y de poco calado; sean como sean nos sirven para empaparnos de nuestros amigos o amigas, para sentirlos y para que nos sientan, creando un clima de satisfacción y plenitud recíprocas que la información no puede proporcionar. Por eso cuando la comunicación nos falta nos sentimos tristes porque es como si estuviéramos solos; ni siquiera estamos con nosotros mismos, lo cual se debe a que estamos vacíos, vacíos de amistades y con nuestro ser apagado, incapaz de compartir y de ser compartido, inhabilitado para experimentar esa cautivadora cópula vital que realiza nuestra existencia mediante la comunicación.