Tras el periodo veraniego, empieza el nuevo curso político sin haber terminado el anterior. O lo que es lo mismo, con todas las asignaturas suspendidas. Y es que el desacuerdo entre evaluadores y evaluados es tan grande que podría decirse que no ha habido ni un raquítico “suficiente”, por lo que todo el mundo “necesita mejorar”.
Sin pretender generalizar, pues casi toda generalización suele ser injusta, no pocos de los líderes políticos se autoevalúan de manera “sobresaliente” y son evaluados por los contrarios con la calificación de “muy deficiente”, por lo que la falta de entendimiento está a la orden del día. Además, son expertos en criticar al contrario lo que ellos mismo hacen, tal como reza el sabio refrán “consejos vendo y para mí no tengo”.
A todo esto contribuye la cantidad de internautas politólogos que bendicen a los suyos y demonizan a los contrarios sin descanso y, a falta de razonamiento, recurren al insulto directo y a multiplicar bulos de conveniencia ideológica, aun a sabiendas de su falsedad.
Por si esto no fuera poco, al tema de la política se ha sumado el del fútbol, constituyendo el binomio que más pasiones despierta en nuestro país. Y ahí está la flamante Real Federación Española de Fútbol (RFEF), que es el organismo rector del fútbol en España y que, “legalmente se trata de una asociación privada de utilidad pública”, algo que ya de por sí supone una absoluta aberración, pues sus dirigentes son expertos en representarse a sí mismos, y no a España, con el fin de mantener sus deshonestas e incontrolables prebendas. Así que nos espera un interminable curso en los juzgados y en los reality show televisivos, porque vende más el incierto devenir de unos impresentables machirulos que la certísima victoria de la Selección femenina española, brillante campeona del mundo.
Ante semejante panorama que nos espera, no estaría mal que valorásemos más todo aquello que nos une, que no es poco, en vez de contribuir a echar leña a lo que nos diferencia. Y, sobre todo, que, en vez de dedicar tanto tiempo a luchar entre nosotros, aprendiésemos a saborear lo que García Márquez definía como “los breves instantes de felicidad” que la vida nos depara.