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El día de Reyes, por Alfonso Verdoy

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El día de Reyes es un día especial, tiene un “no sé qué”, un algo difuso que de alguna manera nos embelesa y nos traslada a la región de los mejores recuerdos, y aunque sea un día de y para niños, toda la sociedad se mete de lleno en él, porque nunca hemos renunciado a esa etapa que nos abrió los ojos a la vida; por esta razón nos hace vibrar a todos y nos entrega sin ruidos una callada felicidad.

Por otra parte, resulta evidente que todos, quién más quién menos, interpretamos la noche anterior un papel, el de convertirnos en magos que traen regalos a las personas queridas. Por supuesto que también se hacen presentes protocolarios por compromisos, pero en estos no disfrutamos desempeñando los personajes de Melchor, Gaspar y Baltasar, porque esos son los papeles que vivimos- aunque no seamos conscientes- cuando nos encargamos de sorprender a quienes queremos.

«Aunque el día de Reyes sea un día de niños, toda la sociedad se mete de lleno en él, porque nunca hemos renunciado a esa etapa infantil»

Y si a la mañana siguiente resulta que somos nosotros los regalados, sentimos una gran alegría por la sorpresa y por comprobar el cariño que nos tienen. Pero hay una razón más para nuestro gozo, y es que en esos momentos interpretamos un papel distinto al de la noche anterior, ya no hacemos de Reyes Magos, sino de niños, y ante la impronta del regalo casi revivimos esa edad por completo, o al menos la tocamos con la punta de los dedos, esa época siempre añorada porque fue la edad de la inocencia, de las ilusiones y de las sonrisas, y experimentamos como si quisiera despertarse y tomar el mando de nuestro ser convertidos milagrosamente en el niño o niña que fuimos pero que ya hemos dejado de ser; nos resulta casi pesado afrontar nuestro verdadero papel de adultos, cargados con algunos éxitos y también algunos desengaños, quizá demasiados. Es una vivencia que dura un instante y que enseguida nos abandona, dejándonos sumidos en una nostalgia inexplicable, amarga y dulce al mismo tiempo, llenándonos de una suave sensación teñida en cierto modo de una tenue melancolía.

En realidad ese es el verdadero regalo; además de por el objeto regalado, y del cariño recibido con esa ofrenda, lo que más nos seduce es el habernos permitido situarnos durante unos breves instantes a las puertas de nuestros primeros años, y hasta casi hemos tenido la sensación de que ha faltado poco para revivirlos de verdad. ¡Qué dulce sensación la de sentir renacer, con más intensidad que nunca, el espíritu feliz de los primeros años de nuestra vida! Así que bendito sea el día de Reyes.