China sufre una ola de calor extraordinaria, tanto por las elevadas temperaturas como por la persistencia de la misma, con los caudales de sus ríos más importantes en mínimos y sus hidroeléctricas apenas operativas. Al otro lado del Karakórum, en Pakistán, las lluvias del monzón han sido de proporciones colosales, con consecuencias devastadoras: más de 1200 muertos, 33 millones de desplazados e innumerables infraestructuras arrasadas.
En la península ibérica hemos soportado las inundaciones de principios de año, intensas olas de calor, precipitaciones inusualmente escasas y, en varias provincias levantinas, agresivas tormentas con abundante aparato eléctrico, fuertes vientos, lluvias torrenciales e incluso granizo en forma de enormes pelotas de hielo cayendo del cielo a más de 100 km/h.
Inundaciones en Nueva Zelanda y Texas, sequías extremas en Colorado y en el Cuerno de África, en buena parte de Europa Occidental, en Argentina el río Paraná agoniza … La lista es tan larga como desgarradora. Las pérdidas (humanas, animales no humanos, ecosistemas…) superan nuestra capacidad de registro y reconocimiento.
Si bien encontramos expresiones extremas del desorden climático en curso en todos los continentes, son, indudablemente, aquellos territorios que menos han contribuido históricamente al calentamiento global los que con más severidad están padeciendo sus impactos. El caso de Pakistán es sintomático. Si atendemos a las emisiones acumuladas o históricas ―CO2 emitido desde la época preindustrial ―Pakistán supera los 5.000 millones de toneladas. En el caso de España, el CO2 acumulado emitido a la atmósfera excede los 14.000 millones de toneladas. Globalmente, EE.UU. destaca como el principal actor contaminante en términos históricos, con un 33% de las emisiones de CO2. Le siguen la Unión Europea (incluyendo al Reino Unido) con un 21% y China con un 18%. Pakistán ha aportado un 0,3%.
En 2022 apenas superamos los 1,1 grados de aumento de la temperatura media global respecto a los niveles preindustriales. ¿Qué tipo de meteorología podemos esperar con 1,5 grados de aumento? ¿Y con 2? ¿Hasta dónde se acentuarán los períodos de sequía, las lluvias torrenciales, los vientos huracanados, las pelotas como puños de granizo cayendo a velocidades endiabladas?
¿Estamos preparados para hacer frente a fenómenos cada vez más extremos, cada vez más frecuentes? ¿Cómo podemos garantizar la vida organizada en un contexto de clima descontrolado y agresivo? Recordemos que nuestras sociedades, a lo largo de todo lo que llamamos historia (hace, al menos, 8000 años) se han configurado y desarrollado en un entorno climático y natural sumamente estable y predecible. Y no olvidemos, desde nuestras urbanas torres de marfil, que seguimos dependiendo de los mismos ciclos para nuestras cosechas.
Necesitamos tirar del freno de emergencia para detener, de modo ordenado pero urgente, esta máquina de destrucción que se llama capitalismo. Un sistema adicto al crecimiento y la expansión continua, agotando todos los recursos a su alcance. Nuestra economía no puede seguir creciendo. Porque necesitamos reducir las emisiones de forma drástica y continuada ―la producción y el consumo creciente significan aumento de emisiones. Pero también porque los combustibles fósiles se agotan: la producción de diésel, piedra angular de la actividad económica capitalista, lleva en pronunciado declive varios años, y así va a continuar. También el gas, el carbón y el uranio han alcanzado ya o se acercan a su pico de producción. Reclamamos, así, que se afronte la verdad de la encrucijada histórica en la que estamos inmersos, y se comunique de manera clara y objetiva. Reclamamos también esa reducción drástica de las emisiones y medidas contundentes encaminadas a detener la pérdida de biodiversidad (nuestro mejor baluarte frente a plagas, pandemias y desastres naturales). Y, afrontemos la realidad, no reduciremos las emisiones lo suficiente para garantizar alguna posibilidad de evitar la catástrofe sin abandonar la pretensión de un automóvil privado en cada hogar, es decir, sin poner fin a la industria del automóvil; sin renunciar al turismo de masas y los viajes lowcost, esto es, sin terminar con los vuelos domésticos y con buena parte de los internacionales; sin un cambio a una dieta baja en proteína animal y de alimentos ecológicos y producción local, en suma, adiós al modelo industrial dependiente de piensos e insumos químicos y extensas redes logísticas internacionales. Quizás también debamos pensar en Internet y su huella de carbono, enorme y cada vez mayor. Todo esto sin contar el desmesurado uso de minerales de la tecnología avanzada, creciendo a un ritmo exponencial.
Y aquí, en el Norte Global, debemos abanderar la lucha por la justicia climática, por solidaridad con los que están padeciendo los efectos de aquello que no provocaron; y también por nuestra propia seguridad, cada día más en entredicho.
La Declaración Universal de Derechos Humanos recoge que los seres humanos deben comportarse fraternalmente los unos con los otros, y que éstos tienen derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona. En Alianza por el Clima, diferentes colectivos sumamos esfuerzos para apoyar la movilización internacional impulsada por Fridays for Future el próximo 23 de septiembre, defendiendo la acción climática y reclamando esos derechos básicos, en el contexto de una situación climática descontrolada, unos gobiernos irresponsables y un aparato mediático que, con su silencio cómplice, contribuye a avanzar por la senda del precipicio.
Nacho Casado
Extinction Rebellion Iruña